Nota del escriba: la siguiente página de diario fue recuperada, obviamente sin permiso, del Sagrario del Céfiro, y en 1326 cayó en manos del Priorato de Durmand. El autor sigue sin ser identificado y no se ha verificado la veracidad y autenticidad de este relato. Créelo por tu cuenta y riesgo.
9.ª estación de los Vástagos, 1320
Puede que el agotamiento y el calor acaben matándonos antes de que salgamos de aquí, si la crispación no acaba con nosotros primero. Los vientos del desierto hacen que la arena se cuele por todos los rincones. Los granos son como pequeños parásitos que pican y se te meten entre la piel y la ropa, se aferran a tu cuero cabelludo y te corroen entre los dedos de los pies.
Mis compañeros han permanecido taciturnos en todo nuestro viaje y, al acercarnos a los campos de batalla, hemos dejado de hablar de cualquier cosa que no fuera esencial para nuestra supervivencia. Estamos demasiado cansados para hacer algo que no sea avanzar con paso pesado.
Es como si el viento, el sol y el clima estuvieran conspirando para frenarnos. Estoy empezando a entender por qué alguien interesado en la seguridad haría de este lugar su guarida.
10.ª estación de los Vástagos, 1320
Nuestro periplo por el Desierto de Cristal nos ha llevado más semanas de lo previsto. El clima ha demostrado ser impredecible, pero por fin hemos llegado a nuestro destino.
Estoy escribiendo esto desde una colina con vistas al campo de batalla. La arena desprende un aire de solemnidad en oleadas como el resplandor del calor, lo que dificulta la respiración. Aquí es donde el Filo del Destino se enfrentó al dragón de cristal, y donde nuestra protectora pereció defendiéndonos de sus congéneres ancianos. Me imagino que puedo ver los restos cristalinos de su cadáver desde aquí. Mañana lo sabremos.
11.ª estación de los Vástagos, 1320
Nuestros predecesores, la hermandad de los enanos, sabían que ella era diferente. Forjaron una alianza con ella y le permitieron entrar en sus mentes. Protegieron su legado todo lo que pudieron, pero, por desgracia, su raza no viviría eternamente. El destino tenía otros planes y mis antepasados tomaron el relevo. Nos escondimos durante cientos de años, ayudándola como podíamos y guardando sus secretos. Me rompe el corazón no haber asistido a sus últimos momentos. Habría vivido durante miles de años, y sin embargo desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Venimos aquí para recuperar lo que queda de su cuerpo mágico, para que sus huesos sagrados no caigan en las manos equivocadas. Los dragones consumen magia, pero no la destruyen. La albergan en su interior, como una esponja retiene el agua. Solo espero que seamos más rápidos que los carroñeros y los traficantes de poder que usarían su cuerpo en beneficio de sus propias conspiraciones malvadas o egoístas.
Ahora soy consciente del gran valor que poseen sus restos de cristal. Al sujetar en mi mano una parte de ella he sido capaz de caminar con el viento, cabalgar sobre los relámpagos y canalizar el sol a mi voluntad. La llevaremos de vuelta con nosotros y construiremos un nuevo sagrario en el que podremos alzarnos sobre la violencia mundana. Allí, fomentaremos la paz y sembraremos los cristales que creemos con pinceladas de su magia, para que otros también puedan disfrutar de su legado.
Escribo con la esperanza de que cuando abandonemos este desolado paisaje desértico, no vuelva a pisarlo jamás. Es todo lo que no somos: inhóspitos, inertes y crueles. La llevaremos a un lugar de descanso con brisa fresca y sol apacible. No merece menos.
Era tan antigua como las Picosescalofriantes, más antigua que los dioses. Nadie volverá a oír su verdadero nombre pronunciado correctamente. Y así, solo la recordaremos como Glint, la única dragona que plantó cara a la destrucción de nuestro mundo. Mientras vivamos, nunca la olvidaremos.