El barco se hundía. La pequeña Ellen Kiel se acurrucaba en el camarote de sus padres, esperando a que volvieran a por ella.
El agua subía, arremolinada y oscura. La superficie desprendía un sucio brillo aceitoso. El agua que tocaba los dedos de sus pies estaba fría, muy fría.
Ellen se hizo un ovillo en la esquina con todas sus fuerzas.
Las puertas del armario se abrieron al inclinarse y dejaron caer sus pertenencias: ropa, objetos de aseo personal y libros. Todo salpicó al caer en el agua y se fue hundiendo poco a poco, hasta desaparecer.
—¿Mamá? —dijo Ellen—. Mamá, ¿dónde estás?
Un gemido monstruoso surgió de lo más profundo y el barco crujió.
—¡Mamá!
El agua era implacable. Inexorablemente, fue llenando el camarote de abajo arriba mientras las paredes se inclinaban.
Ellen intentaba mantenerse a flote con dificultad mientras su cuerpo temblaba incontroladamente. Sus lágrimas se mezclaron con la mar salada, tan perdida como ella en su inmensidad.
Cuando el agua se apoderó de ella, Ellen prometió a los dioses que sería una buena chica, para el resto de sus días, si enviaban a sus padres a buscarla. Por favor, suplicó en silencio. ¡Me portaré bien!
De repente, algo grande y fuerte rodeó su tobillo y la arrastró hacia abajo.
Estuvo a punto de gritar de miedo, o esperanza, pero se movía tan rápido por el agua que le salía por la nariz. Empezó a toser y a asfixiarse, dejando entrar el mar que todo lo devora.
Lo siguiente que supo es que su cabeza salió a la superficie y fue capaz de tomar aliento. Sus pulmones y su vientre rechazaron el agua que albergaban con decisión dolorosa.
Una gruesa banda envuelta alrededor de su cintura mantenía la cabeza sobre la superficie y una voz ronca bramó en su oído:
—Ya pasó. Tóselo todo. Te pondrás bien.
Ellen se aferró al norn, que la sostenía en sus brazos. Se sujetaba a su pelo con los dedos, y no lo soltaba, ni siquiera después de que este la dejara en la cubierta del barco de rescate y la envolviera en una manta.
—Tranquila, pequeña —dijo—. ¿Cómo te llamas?
—Ellen.
—Soy Magnus. ¿Tus padres están en ese barco?
—Mamá y papá —dijo Ellen asintiendo.
—Tenemos hombres buscándolos. Todo irá bien. Ya puedes soltarme. —Magnus intentó soltar su pequeña mano suavemente con su gran mano.
—¡No! —Ellen insistió y se aferró más fuerte.
—Vale, no te preocupes.—Magnus la rodeó con sus brazos—. Hoy es un buen día para tener miedo. Tienes mañana y el resto de tu vida para ser valiente.