Hielitos siempre caminaba con un poco de descaro en la Ciudadela Negra. Rox no estaba segura de si su devorador albino se sentía revitalizado por la oleada de fuerza y confianza que proyectaban los soldados de la Alta Legión o si se sentía intimidado y fingía para que no se notara.
En cualquier caso, se alegraba de que al menos uno de los dos pareciera audaz. El tribuno Brimstone la había llamado personalmente a su despacho, una vez más, y la había sumido, de nuevo, en un ataque prolongado de pánico silencioso. En una ciudad llena de temibles autoridades, Rytlock Brimstone era un ejemplar único: notoriamente irascible, difícil de complacer… y todo lo que Rox quería dependía de su habilidad para impresionarlo.
Rox había tomado todas las precauciones que pudo: cuando se despertó, hizo un círculo con el pulgar y el índice y escupió a través de él tres veces. Se puso sus botas más nuevas y caminó hacia atrás para salir de los barracones y despistar a la mala suerte que pudiera seguirla. Llevaba los dos recuerdos que más suerte le traían (el primer trozo de mineral de hierro que extrajo y la sortija de soldado de acero sencillo que le había entregado Primus Drillbit al graduarse en el fahrar) en una cadena alrededor del cuello. Tenía la esperanza de que estos esfuerzos fueran suficientes para satisfacer el caprichoso favor de la fortuna y le permitieran conseguir su propósito.
—Vamos, muchacho —dijo a Hielitos—. El tribuno nos espera.
El devorador chilló con entusiasmo y se acercó a Rox mientras entraban en el Núcleo y escalaban por la pasarela circular hasta el tercer piso de la gran esfera metálica. Laria, la asistente militar de Rytlock, salía de su despacho.
—¿Está el tribuno? —dijo Rox.
Laria asintió.
—Pero no está de buen humor. Ándate con ojo. —Bajó la mirada hacia Hielitos—. Y vigílalo también. No pienso limpiar más porquería de devoradores.
Laria se marchó corriendo a toda prisa y Hielitos gruñó ligeramente al verla alejarse, mientras sus dos aguijones temblaban.
—No es culpa suya —dijo Rox—. Fuiste tú quien se meó en sus botas.
—¡Rox! —La voz de Rytlock retumbó desde su despacho—. Ven aquí.
Las manos de Rox pasaban rápidamente del mineral al anillo; los tocaba para comprobar que seguían en su sitio.
—Ven aquí, Hielitos —dijo—. Y compórtate. Lo digo en serio.
Rytlock estaba sentado en su escritorio. Laria tenía razón: los ojos del tribuno estaban hambrientos, sus dientes apretados y las crines levantadas. Conforme Rox se acercaba, sacó una hoja de papel del montón que tenía delante y la enrolló furiosamente.
—Tribuno.
—Puedes descansar. —Rytlock hizo un gesto a Hielitos con el rollo, ahora arrugado—. Y más te vale que esa cosa ya esté domesticada.
—Lo está, señor. Y de nuevo, mis disculpas. Pensó que Laria me estaba desafiando y…
—Me da igual —dijo Rytlock—. ¿Qué sabes sobre la reina humana?
—Poca cosa. Es partidaria del tratado de paz, pero le está costando conseguir el apoyo del resto de Kryta.
—Va a celebrar una fiesta —dijo Rytlock. Extendió el papel arrugado para que lo viera Rox—. Por el décimo aniversario de su coronación. Lo anuncian como “la celebración de la resistencia humana”, o una chorrada por el estilo.
Rox mantuvo un tono de voz neutral.
—Eso parece… divertido.
—Me alegra que pienses así. Me han invitado, pero tengo mucho trabajo pendiente. Y preferiría sacarme los dientes a tener que asistir a otra función de estado. —Rytlock sonrió bruscamente—. Enhorabuena. Te nombro mi sustituta. Ahora eres la enviada oficial de la Ciudadela para este evento importante.
—Yo… Eh… Gracias —digo Rox cogiendo el papel torpemente.
—No es un ascenso, es un encargo —dijo Rox sonriendo—. Pero es importante. Necesitamos una presencia allí para proteger nuestros intereses, sea lo que sea lo que pretende la reina. Sonríe cortésmente, no les lleves la contraria a los otros dignatarios y desvía la conversación del tratado siempre que puedas. Lo último que necesitamos es que esta tontería afecte a las negociaciones de paz.
Rox decidió ser valiente.
—Así haré, tribuno. Pero me gustaría hacer una pregunta…
—Esto no tiene nada que ver con tu ingreso en la escuadra. —A Rox se le cayó el alma a los pies y Rytlock gruñó—. Solo tienes una cosa en la cabeza, ¿a que sí?
—Lo siento, tribuno.
—Apuesto a que te has pasado toda la mañana escupiendo entre tus dedos y cargando tu equipo con amuletos de la suerte, ¿verdad?
—Así es, tribuno.
—Hay cosas que nunca cambian. —El tono severo de Rytlock se volvió más serio—. Hay otra razón por la que quiero que vayas en mi lugar —dijo—. Logan Thackeray estará allí. Y cuando juntas a Logan y a la reina en el mismo lugar, las cosas se vuelven… irritantes. En estos momentos no tengo paciencia para eso.
Ni ahora ni nunca, pensó Rox, pero lo único que dijo fue:
—Sí, tribuno.
—Aquí está la invitación. Ve a ver a Laria para que te dé los detalles del viaje. Se lo explicará a las gentes de Jennah y se asegurará de que esperen tu llegada.
—¿Puedo llevar a Hielitos? —dijo Rox vacilando.
—Puedes llevar a quien te dé la gana, siempre y cuando te comportes y no te metas en líos ni prendas fuego a ningún palacio. Como si llevas a una devoradora reina.
A Rox se le ocurrió algo.
—¿Entonces puedo llevar a un norn?
—¿En quién estás pensando? —dijo Rytlock gruñendo con recelo—. ¿Ese cachorro bobalicón con el que andas por ahí?
—Se llama Braham, tribuno.
—He dicho que lleves a quien quieras, soldado —dijo Rytlock resoplando—. ¿Has entendido ese concepto?
—Sí, tribuno.
—Bien. Ya tienes tus órdenes. Cúmplelas como creas conveniente, y quizá entonces discutamos tu posible futuro con la escuadra Piedra.
Rox no pudo ocultar una sonrisa, pero logró no tocar ninguno de sus tótems de la suerte de manera refleja.
—Gracias, tribuno —dijo mientras Hielitos ronroneaba mostrando su apoyo.
—Intenta estar atenta. Puede parecer trivial, pero si la Ciudadela Negra sale con peor aspecto que con el que entró, acabarás agitando la Fundición Imperial con una cucharilla.
—Entendido. No se preocupe, señor: haré que se sienta orgulloso.
—Y deja de sonreír cuando te estoy amenazando. Hazlo cuando el trabajo esté terminado. Puedes retirarte.
—Señor. —Rox saludó y se dio media vuelta, impaciente por salir antes de que Rytlock cambiara de idea.
Pero Hielitos seguía mirando fijamente al tribuno y Rox vio las patas tensas del devorador, como si se preparara para saltar juguetonamente sobre el escritorio de Rytlock. Dio un puntapié a su mascota y dijo: “Vamos, chico”.
Juntos, Rox y Hielitos salieron a paso ligero del despacho. Tenía mucho que hacer: hablar con Laria, prepararse para el viaje a Linde de la Divinidad y enviar un mensaje a Braham para que se preparara.
Bajó la mirada hacia Hielitos.
—¿Te apetece ir a una fiesta, muchacho? Vamos a ser dignatarios. Y estamos un paso más cerca de la escuadra Piedra.
Hielitos chilló de felicidad.
Rox tocó sus amuletos de la suerte una vez más y luego sonrió. Sin duda, sus tótems le habían echado un cable en su encuentro con Rytlock. Comparado con aquello, la fiesta de la reina sería pan comido. Solo tenía que recoger a Braham, llegar a la capital de Kryta a tiempo y no dejar en mal lugar a la Ciudadela Negra.
¿Qué podría salir mal?