El chico no debía de tener más de dieciocho años. Un charco de sangre reflejaba las luces de Linde de la Divinidad y su último aliento seguía resonando incesantemente en mi cabeza.
—Lo has matado —dije algo obvio.
—Solo hice mi trabajo. —El guardia del Ministerio Henrick Baker se había acercado tanto que podía oler la satisfacción de su aliento. Su uniforme era como el mío: el escarlata y la plata que había llevado desde que me uní a la Guardia del Ministerio. Había hecho el mismo juramento que yo: proteger y servir al Ministerio de Kryta y a Linde de la Divinidad. Pero a pesar de eso, él había asesinado a este ciudadano sin juzgarlo ni dudar ni un instante.
Con un movimiento rápido, inesperado para ambos, lo golpeé contra la pared de piedra, presionando mi antebrazo con fuerza bajo su barbilla, con los pies apoyados firmemente a modo de venganza. Encendí un destello de furia nigromántica con las yemas de los dedos: cerca de su ojo, donde no pudiera perdérselo.
Intentó huir, dando la espalda a la amenaza.
—Solo teníamos que cogerlo para interrogarlo —mi voz me resultaba irreconocible.
—Puede que esas fueran tus órdenes, pero no las mías —Baker tuvo el descaro de parecer satisfecho de sí mismo, como si estuviera por encima de mí—. Era una misión solo para algunos.
El Ministerio había oído rumores de que aquel chico había presenciado un crimen atroz. Mi superior nos había enviado a Baker y a mí a buscarlo para llevarlo con nosotros. Llevarlo, no matarlo.
—No pienses que te vas a librar de esta —fue lo más ingenioso que se me ocurrió espetarle.
—¿Qué piensas hacer? ¿Entregarme a los Serafines? Los mandamases dieron su aprobación a esto en las oficinas de arriba, muy por encima de nuestros rangos. Estaría fuera de la celda antes de que los Serafines terminaran de acribillarte a preguntas. Y entonces serías tú la que tendría problemas, no yo.
Mi instinto me decía que tenía razón. El hedor de la Guardia del Ministerio llevaba revolviéndome el estómago desde hacía demasiado tiempo. Le di un último empujón en la barbilla, golpeándole la cabeza contra la piedra, y luego lo solté. Sin embargo, no le di la espalda.
—Has hecho bien —dijo—. Oye, no seas ingenua. ¿Qué más dará un desconocido más muerto con todos los que hay en esta ciudad? El Ministerio vela por nuestra seguridad, y eso es lo único que importa. Intenta pasar desapercibida y haz lo que te digan. Igual así consigues que se te informe de todos los detalles en las misiones. Voy a las oficinas antes de que venga algún ciudadano entrometido.
Estaba temblando tanto que no pude ni contestarle. Me limité a observar cómo se alejaba, escuchando el golpeteo constante de sus tacones de madera sobre los adoquines mientras veía caer la gota que colmaba el vaso, la prueba final e irrefutable de que estaba entre la gente equivocada.
—¿Hola? —dijo alguien con una voz tan tranquila como una tumba.
Di media vuelta y me encontré cara a cara con un fantasma: el fantasma del chico. Mi nigromancia se apoderó de mí, en respuesta a la presencia de la muerte reciente. Dejé que aquella fuerza se apoderara de todo mi ser.