Rox escuchó el estruendo mientras sentía la onda expansiva golpearle la espina dorsal y recorrerle hasta la nuca. Tropezó y al girarse vio una bocanada de polvo salir de la entrada de la mina.
Al siguiente latido, su corazón se detuvo.
De repente, un recuerdo invadió su mente: la burla en la voz de Tullia resonó en la mente de Rox.
—¡Nonus, mira que eres bobo! ¿Qué chorradas dices? —Tullia levantó una cadera y asintió con la cabeza a Nonus—. Nunca has visto a un norn sin ropa.
—Todo el mundo ha visto a un norn sin ropa —con una risa gutural, Nonus guiñó, primero a Tullia y luego a Rox. Su pico descendió con un estruendo afilado, como para hacer hincapié en sus palabras.
La risa de la escuadra resonó en todas partes.
—¿Y los humanos? —Rufinus, su legionario, refunfuñó mientras levantaba un cubo lleno de mineral de hierro—. Preferirían morir a que les quitasen sus ropas.
—Es cierto —afirmó Horatia desde el otro lado del túnel—. He oído que hasta duermen con ropa diferente a la que llevan de día.
—Eso es ridículo —exclamó Rox—. Seguro que no es más que su armadura.
—Qué va. ¡Pero si dicen que duermen con seda! —Nonus lo negó con su pesada cabeza con cuernos.
—Tal vez se les irrite su pobre piel sin pelo —sugirió Tullia con un mohín exagerado.
—Sospecho — dijo Vitus— que lo que les irrita es su modestia. Como te pasa a ti, Rox. ¿Alguna vez te has quitado esa camiseta andrajosa?
—Sí —dijo Rufinus, golpeando a Rox en el hombro con suficiente fuerza para hacerle dar un paso—. Llevas esa camiseta del fahrar desde que nos graduamos.
—Al menos todavía me sirve —respondió Rox, dándole un empujón como respuesta acompañado de una sonrisa.
Durante un tiempo, la escuadra prosiguió con su trabajo, golpeando la roca y creando una cacofonía en la mina, un caos musical que a Rox le resultaba tan familiar como el propio latido de su corazón. Hizo una pausa, se apoyó en su pico y observó a su escuadra: la escuadra Pico. Comenzaron a aflorar recuerdos sobre lo bien que se lo pasaban de cachorros, estudiando juntos en el fahrar; como cuando por fin les asignaron su vocación y tuvieron que elegir el nombre de su escuadra.
Nonus había insistido en que Tullia se llamara Tullia la Picajosa, a lo que Tullia contestó que él debería llamarse Nonus el Picaflor. Horatia añadió Picaporte como alternativa. Como era de esperar, desde aquel momento todo fue de mal en peor y terminó en carcajadas que llamaron la atención del monitor de los barracones.
Al final, todos eligieron nombres respetables que describían su personalidad: Nonus se quedó con Pico porque lo pidió primero, Tullia eligió Picorrecto y Rufinus eligió Picoférreo. Vitus quería Picoargénteo, porque siempre tenía que ser diferente, y a Rox la llamaron por unanimidad Picorazón por su capacidad para, como decía Tullia, “atravesar la coraza que rodea el corazón de las personas”.
—¡Rox! —Rufinus lanzó a Rox una piedrecita a la cabeza—. Si vas a soñar despierta, al menos tráenos un poco de agua. El cubo está seco.
Rox agarró el gran recipiente de madera que usaban para sacar agua del pozo de la cantera y alzó el pico hasta su hombro. Sus patas levantaban diminutas nubes de polvo a cada paso, y clavaba sus garras mientras caminaba lentamente, disfrutando de la sensación de hundirlas en la tierra.
Su mascota se había medio enterrado en un lugar cálido en el que el sol entraba intensamente por la boca de la mina. Se retorció y levantó la mirada hacia ella mientras se acercaba.
—Shhh — dijo Rox—. Vuelve a dormir, Skewer. Ahora vuelvo.
Salió al exterior y cruzó la cantera hasta el pozo, explorando las aberturas del túnel donde estaban estacionadas otras escuadras mineras. Mantenía su pico preparado en todo momento por si aparecían invasores; siempre a su lado, siempre, desde siempre.
El latido del corazón de Rox se reanudó y aceleró a un ritmo alarmante.
—¡Un derrumbamiento! —gritó.
Corrió hacia la mina y se lanzó a los escombros, moviendo piedras y agitando su pico, desesperada por pasar. El polvo llenaba sus fosas nasales y recubría el interior de su boca.
—Tullia —gritó—. ¡Nonus! —El terror se impuso a la razón mientras un futuro solitario se extendía amenazante ante ella.
—¡Esperad! —les ordenaba con su voz más áspera—. ¡Voy a ayudaros! —No podía aceptar lo que estaba pasando. No lo haría.
Los llamaba por sus nombres una y otra vez, escuchando con atención los silencios en busca de una respuesta, a la espera de cualquier señal de vida.
—¡Horatia! ¡Vitus! ¡Rufinus! ¡Haced ruido si me oís!
Trabajó hasta que las zarpas le empezaron a sangrar, hasta que el jefe de la cantera finalmente la apartó de allí:
—¡No!
—El túnel, todo se ha derrumbado —dijo el jefe con la mayor delicadeza que pudo—. Los hemos perdido.
—No, son mi escuadra. Los necesito. No soy nadie sin ellos. No soy… nada —Rox dejó de luchar con esa última palabra.
El jefe le arrebató el pico a Rox y lo apartó a un lado para poder sujetarla mientras se desmayaba. Su cabeza de hierro cayó sobre una roca, repicando con un último anillo sonoro que retumbó en las paredes de la cantera en armonía con el gemido de angustia de Rox.